La peor Copa Libertadores de la historia
Fue anunciada con bombos y platillos como la edición de los campeones. Se suponía que iba a ser la mejor Copa en años. Pero la Libertadores 2018 sólo será recordada por la falta de criterio, la desorganización y una innumerable serie de papelones tanto dentro como fuera de los terrenos de juego.
Nunca tantos antiguos ganadores del certamen habían participado juntos. Hasta 16 excampeones obtuvieron su lugar con la aspiración de volver a levantar el título más prestigioso del fútbol sudamericano.
Nunca River y Boca se habían dado cita en la final de esta competición. "La mejor final de todos los tiempos", "la madre de todas las finales", "la final del mundo". Así fue promocionada por los medios de comunicación, no solo de la Argentina, sino de gran parte del mundo.
Nunca una final de un torneo sudamericano había generado tanta expectativa alrededor del mundo. Medios de comunicación de todo el planeta llegaron hasta Buenos Aires para cubrir el evento. Fanáticos de River y Boca recorrieron los kilómetros que hicieran falta desde cualquier provincia argentina o ciudad extranjera para acudir al partido. Alguno se hizo famoso por viajar desde Japón, solo para ver 90 minutos de fútbol. El presidente de la FIFA también se hizo presente en el Monumental. ¿Y todo para qué? Para asistir a un espectáculo bochornoso, digno de la peor Libertadores de todos los tiempos.
Es que esta edición 2018 es la peor Copa Libertadores de la historia desde mucho antes que una lluvia de objetos contundentes destrozaran los cristales del autobús de Boca Juniors y las esperanzas de disputar una final en la que solo se hablara de fútbol. La Conmebol se encargó desde hace meses de que esta fuera la Libertadores más pisoteada, sucia e indigna de todos los tiempos.
Una federación que se convirtió en el hazmerreír del mundo futbolístico, permitiendo a distintos equipos (los dos finalistas de esta edición entre ellos) alinear a jugadores de forma indebida en varios partidos, sancionando con la pérdida de puntos a algunos y haciendo la vista gorda con otros.
Un torneo que se manchó con escandalosas decisiones arbitrales como el insólito penal de Pinola a Benítez, que cuatro árbitros encerrados en una habitación frente a múltiples cámaras de TV repitiendo la acción decidieron ignorar. O la insólita roja a Dedé en la Bombonera, que luego la Conmebol decidió de oficio anular. O la aparición de incógnito de Gallardo en el vestuario de sus jugadores en Porto Alegre donde tenía el acceso prohibido por la propia federación.
La Conmebol se empecinó de repartir sanciones sin ninguna coherencia ni ningún tipo de lógica. Penas durísimas y ejemplificadoras para algunos, apenas multas con sabor a indulto para otros. Pasó a tener más relevancia la influencia de los dirigentes en los pasillos de alguna sede en Asunción, que la de los jugadores en los estadios. En ese contexto River y Boca llegaron a la última instancia y para entonces ya no había marcha atrás posible. La gran final que el mundo esperaba estaba servida sobre la mesa, aunque la Conmebol se empeñara en hacerle creer a no se sabe ni quién, que la misma dependiera de la decisión de su Comité de Disciplina.
La expectativa por el gran Superclásico se comió todo y la ilusión por ver semejante choque nos hizo olvidar lo turbias que habían sido la cosas hasta el momento. Pero un diluvio sobre Buenos Aires nos recordó que esta Conmebol era pura improvisación y el caos volvió a quedar patente en la tardía suspensión de una final de ida que desde varias horas antes estaba claro que no se podía jugar.
Lo de ayer en el Monumental solo es un último capítulo para una historia que no debería sorprender que terminara de esta forma. Operativos policiales vergonzosos, piedras al autobús de un equipo, un presidente protegiéndose de una estampida en los pasillos de su propio estadio, represión policial afuera, futbolistas siendo trasladados en ambulancia a minutos del encuentro. Y en medio de todo este espanto, a los máximos dirigentes de la Conmebol y la FIFA no se les ocurrió mejor idea que presionar para que el partido se jugara hasta que ambos equipos dijeron basta.
Resta por conocerse el epílogo. Quizás lo mejor es que el último partido ni se jugara, pero esta programado para las 17 hora argentina del domingo. En un Monumental con público, vaya uno a saber por qué, cuando otros estadios fueron suspendidos por hechos menores. Pero esperar coherencia de esta Conmebol sería demasiado. Lo mejor es desear que todo termine rápido y sin incidentes mayores. Uno de los dos equipos levantará el título y una hinchada celebrará por lo alto, pero nada podrá borrar esta mancha gigante para el fútbol sudamericano. Pase lo que pase en la final, lo que a principios de año se perfilaba como un evento soñado, solo podrá ser recordado como la peor Copa Libertadores de todos los tiempos